Buscando un medio de transporte económico y que permitira un fácil desplazamiento en la ciudad dimos con las bicicletas con motor y de inmediato las compramos.
Despues de realizar recorridos cortos por algunos pueblos de Antioquia y del Eje Cafetero, no tardamos en descubrir su ventajas; es divertida, liviana, económica, y sobre todo un medio ideal para viajar. Se disfruta del aire y el sol, se puede parar en cualquier parte y se va a la velocidad correcta para apreciar el paisaje. Nuestro primer viaje largo fue la ruta Bucaramanga - Bogotá conocida como la Ruta de los Comuneros.
Las bicicletas tienen un motor Chino a gasolina de 2 tiempos y de 48 cc. Desarrolla hasta 40 Km/h y recorren 150 Km/Gl. No tiene cambios y en las subidas se le ayuda pedalenando sin tener que hacer mucho esfuerzo. Son muy económicas, fáciles de arreglar, su mantenimiento es mínimo y nunca nos han dejado en el camino.
En cada jornada de viaje recorreros hasta 100 km en no más de 8 horas pero parando en todas partes, tomando fotos o simplemente de pic-nic. y entrando a todos los pueblos
Hemos ido adquirido algunas costumbres al viajar. Al llegar al lugar de destino buscamos el parque principal, ubicamos un hotel y salimos a comer algo bien típico. Luego realizarmos largos recorridos nocturnos a pie, buscanmos un cafe internet para descargar las fotos a CD, recorrremos lugares donde poder charlar un rato con la gente del lugar. Temprano nos preparamos, salimos de compras y a buscar un buen desayuno. Hacia las 9:30 am ya debemos estar saliendo hacia el siguiente destino.
Las bicicletas atraen mucha gente curiosa que quiere saber como funcionan, la velocidad, el consumo, nos bombardean con las tipicas preguntas: ¿y eso si sube?, ¿cómo se prende?, ¿me da una vueltica?, ¿dónde se consiguen?, ¿cuánto valen?, incluso en la carretera la gente se devuelve para alcansarnos y preguntarnos cosas de ellas. No hay pueblo donde no les hayan hecho corrillo, son unas mágnificas relacionistas públicas.
Bitácora
Salimos en bus el 26 de diciembre de Medellín, a las 10:30 p. m. con las bicicletas guardadas en el compartimiento de equipajes. LLegamos a Bucaramanga el 27 a las 7:30 am. Bajamos las bibicletas y las armamos en la misma terminal. Teniamos por delante 620 Km por recorrer en los próximos 12 días incluyendo un descanso de 3 días en Villa de Leiva. Ya en Bucaramanga hicimos un recorrido por el centro y algunos barrios aledaños. Por la tarde nos dirigimos a Girón. Dormimos en hotel muy bonito que hay en el parque principal, allí probamos por primera vez la maravilla del tamal santandereano, el cabrito y la pepitoria.
Tempramos salimos hacia nuestro siguiente destino Barichara, pasando por el cañón del Chicamocha. En Pescadero hacía un calor infernal y no resistimos a la tentación de un baño, además, para cumplir uno de nuestro rituales: conocer y pasear implica baño en ríos y quebradas. Al terminar de subir a la parte alta del cañón probamos hormigas que ofrecía una vendedora a orilla de carretera. Entramos luego a Curití, apacible y lleno de melenas colgadas de los árboles, y pasamos sin parar por San Gil. Llegamos a Barichara por la tarde casi al anochecer. Nos impresionó contemplar desde el pueblo el cañon del rio Suaréz. Al otro día en una mañana soleada, pudimos apreciar la bella arquitectura y el contraste de la tapia, la piedra y el cielo azul. Por guardar las fotos en el mismo CD donde estaban las del primer día estas últimas se borraron.
El tercer día hicimos Barichara - Socorro. Este recorrido transcurre casi todo el tiempo al lado del río Fonce y está lleno de paisajes verdes y pueblos pequeños y antiguos como Pinchote. Socorro es un pueblo grande de casas viejas; misterioso y empinado.
El cuarto día salimos tempramo hacia Barbosa, pero como llegamos temprano y animados decidimos continuar hasta Vélez, la tierra del Bocadillo. Es un recorrido para hacer despacio ya que hay lugares como el paraje de Tapias o el pueblito de Oiba que valen la pena conocer.
Vimos esa carretera llena de verdor, a orilla de río que luego sube por una zona con muchos árboles de guayaba y de pequeñas y aromáticas fábricas de bocadillo. Desde las curvas de la carretera se puede ver a Vélez encaramado en su balcón, dando la espalda a una montaña alta y nublada y mirando al valle del Suarez.
Salimos temprano de Vélez, bajamos y bajamos al lado de las fábricas de bocadillo, hasta el río, para subir luego al altiplano de Boyacá, la meseta donde están los pueblos de Saboyá y Chiquinquirá.
LLegar arriba es sorprendente para un viajero primíparo por la luz, el verde, el aire. Y había un sol y un cielo maravillosos.
Celebramos con un ron la conquista de Saboyá y del altiplano además porque siempre hubo que pedalear la subida. Cada punto de esta zona nos parecio muy bonito. Entramos a Chiquinquirá. El parque y la iglesia son muy grandes. Nos recibió espontaneamente un carranguero callejero que nos cantó y dedico unas coplas bastante xxx, recitadas a toda velocidad, acompañado de un bastón que golpeaba en el piso haciendo ritmo.
Muy cerca de Chiquinquirá apareció para nueva sorpresa otro valle, mucho más bajo que la meseta que veníamos recorriendo. Un valle desértico de extraña y romántica luz que sospechamos con alegría era el desierto de la Candelaria donde encontraríamos a Ráquirá y Villa de Leiva. Bajamos a ese valle admirados con la vegetación, el color y una luz que jamás habíamos visto, casi fosforescente. El atardecer en ráquirá fue increible, además por ser fín de año, el mejor año nuevo.
Chila nos recibió en su linda casa en medio del desierto y nos llevo a pasear a pie y motorizados por distintas partes de esa tierra tan diferente.
Despues de ese descanso necesario seguimos hacia Cundinamarca, regresando por Chiquinquirá. Dormimos en Ubaté. LLegamos de noche (transitar a oscuras en estas bicicletas es bastante difícil), muy cansados y con mucho frío. Además la carretera, al aproximarse a Bogotá, se vuelve muy transitada y peligrosa.
Al otro día hicimos nuestra última etapa. Siguió el frío y el tránsito pesado. Las alforjas de la bici de Sergio se descosieron del todo y las tuvimos que amarrar con una pita. En fín lleguamos a Bogotá todos sucios, cansados, helados y felices. La entrada a Bogotá por la Calera, que no conocíamos, nos brindó un crepúsculo fantástico y las buenas ciclovías de la ciudad nos facilitaron llegar con bien a la Plaza de Bolivar. FIN.